Nueva Ciudad de Cádiz, Cubagua

Primera de Suramérica con título. 12 de septiembre de 1528.

jueves, 18 de septiembre de 2014

EL COMERCIO DE LA MUERTE - La pesquería de perlas en Cubagua - Grecia Salazar Bravo

EL COMERCIO DE LA MUERTE
La pesquería de perlas en Cubagua


Grecia Salazar Bravo

Aún en el siglo XX, continuaba esta herencia colonial del negocio de las perlas en la isla de Margarita.
Fotografía de Alfredo Boulton. La Margarita. Caracas, Macanao Ediciones, 1981.


A juzgar por los restos arqueológicos que, según los expertos, datan de unos 2.800 años antes de la invasión europea, la historia de la isla de Cubagua no solo está en la aridez de su paisaje, sino también en las profundidades del mar. Desde el año 1499 recibiría las primeras oleadas poblacionales provenientes de la Península Ibérica. Al saberse de la existencia de las perlas, expediciones de mercaderes provenientes de Sevilla no tardaron en fondear en sus costas. Así nace el negocio de la pesca o rescate perlífero en la Ciudad de Nueva Cádiz de Cubagua –llamada así a partir de 1528– comercio que conllevaría al exterminio total de su paisaje y la brutal mortandad de indios y negros esclavos.


Una fiebre patológica

La perla era un recurso que el aborigen insular veía como mero adorno; la llamaban thenoca o cocixa, según relata el cronista Fernández de Oviedo. Tal concepción, como sabemos, no será la misma para el europeo de principios del siglo XVI. La fiebre por las pedrerías y los metales preciosos lo volcarán, en pesquisas infaustas en América. En este contexto, Cubagua es solo uno de esos primeros peldaños del saqueo. En 1508, los españoles trasladaron desde las Bahamas a indios lucayos para el rastreo de este “producto”; el resultado: la gran mayoría murieron; otros, más afortunados, pudieron escapar. De Guinea se exportaron, a partir de 1526, los primeros esclavos negros, a cargo de los mercaderes vizcaínos Sancho Ortiz de Urrutia y su sobrino Juan de Urrutia.



“Algunas veces se zambullen y no tornan jamás a salir…”

Allí no queda todo. El afán por obtener el material precioso suponía traspasar el límite entre la vida y la muerte. El talento acuático de los aborígenes, en efecto, era exigido hasta los confines insoportables. Así lo describe el propio Bartolomé de Las Casas: “Algunas veces se zambullen y no tornan jamás a salir; o porque se ahogan cansados y sin fuerzas y por no poder resollar, o porque algunas bestias marinas los matan o tragan”.

A través de las crónicas del siglo XVI se sabe que los buceadores tapaban sus narices con pinzas y, luego de esto, se zambullían atados de dos sogas: una fina que soportaba el peso del buzo y las jabas, especie de canasta donde introducía las ostras; y una gruesa para subirlos a la superficie.

Estos eran los dos cabos que los sujetaban a la vida. El propio Las Casas enfatiza la violencia a la que eran sometidos estos sujetos: “a las veces les dan de varazos para que se zambullan, y siempre todo este tiempo nadando y sosteniéndose sobre sus brazos (…) desde que sale hasta que se pone el sol, y así todo el año si llegan allá”.



La cotidianidad en “las granjerías de perlas”

Inicialmente la extracción se realizaba en una canoa pequeña, con una marinería comprendida entre seis y ocho personas. Luego, en 1524, se introdujeron embarcaciones capaces de transportar 15 individuos; a mediados del mismo siglo se empleaban botes más grandes para 24. Una jornada de trabajo empezaba al amanecer. Los exploradores salían al mar en sus embarcaciones y fondeaban encima de los ostiales. El que llegaba primero a un banco perlífero era dueño de este; por las noches, los mismos protegían sus bajeles con ensenadas para refugiarse de los vientos marinos. Extraer la perla del nácar suponía un mecanismo sencillo. Primero se colocaban las conchas en la arena, expuestas al aire, y al calor solar estas se abrían. Luego se sacaba la ostra de su concha con cuchillos; la carne era usada como alimento para los esclavos. En algunos casos se dejaba podrir al sol; de esta forma se recuperaba el producto precioso entre los restos de comida.


Colección Libros Raros de la Biblioteca Nacional.

SOBRE LOS “RIQUÍSIMOS OSTIALES”
Una de las primeras descripciones de Cubagua nos la legó el poeta Juan de Castellanos, en su obra Elegías de varones ilustres de Indias, quien vivió en este territorio insular durante algún tiempo: “aunque es estéril y pequeña, sin recurso de río ni de fuente, sin árbol y sin rama para leña sino cardos y espinas solamente; sus faltas enmendó naturaleza con una prosperísima riqueza. Pues sembró por placeles principales (…) riquísimos ostiales, de donde se sacan perlas excelentes”.

Juan de Castellanos. Elegías de varones ilustres de América. Caracas, Academia Nacional de la Historia, n° 57, 1962.



Los castigos ejemplares

Tenemos referencia de la vida de los buzos gracias a las ordenanzas que buscaban regular este inhumano negocio. Por ejemplo, si alguien robaba una perla corría el riesgo de ser azotado; y si persistía en el agravio, se le cortaban las orejas. Los que fallecían en la extenuante actividad, agravaban la suerte de los compañeros de faena, ya que los cuerpos sin vida atraían a los inclementes tiburones; esta situación terrible y cruel se prohibió en 1537. Se dispuso luego que los que fallecían en las inmersiones recibieran una sepultura que debía cubrirse con tunas para que los animales no pudieran desenterrarla. Las mismas ordenanzas estipulaban también que quienes desbullaran las ostras debían hacerlo completamente desnudos para evitar robos; además de que no se debía sacar más ostras de las que se pudieran desbullar por día, ya que los vapores que emanaban luego de su descomposición eran considerados perjudiciales para los involucrados.



Explotación desmedida


Según cifras establecidas por el historiador Enrique Otte, en toda su historia Cubagua tuvo una producción de 11.877,20 kilos, promediando alrededor de 410 kilos anuales. Esto nos da una idea de la gran cantidad de perlas que se extrajeron oficialmente; sin embargo, no podemos establecer cuántas se sacaron de manera ilegal. Esta sobreexplotación produjo el agotamiento definitivo de los ostrales. Ante el desvalijamiento indiscriminado de sus recursos naturales, Cubagua fue abandonada en 1539. Aún en su aridez palpitan los quejidos de los buzos; en el mar centellean sus brazadas insurrectas.

Lastre usado por los aborígenes en la pesca de perlas. Fotografía de Grecia Salazar Bravo.

LA OBSESIÓN POR LOS TESOROS ULTRAMARINOS

Los usufructuarios del comercio perlífero estaban, principalmente, en la corona de Castilla y Aragón. Un largo recorrido debían pasar las cargas preciadas: primero de Cubagua a Santo Domingo, de Santo Domingo a Sevilla, donde finalmente se despachaban a la corte. El rey Carlos I (1516-1556) cobraba para sí el quinto de perlas del Cabo de la Vela y de Panamá, más de 150.000 marcos en todo su reinado. Son famosos los obsequios de este a sus más cercanos familiares y miembros de su séquito real a partir de 1519. Desde 1528, la emperatriz Isabel de Portugal (1526-1539) se encargaría personalmente del negocio proveniente de Cubagua; en 1533 solicita al tesorero de la isla “2.000 piezas de asientos de perlas que sean de todas suertes, e procurando de las sacar de entre piezas grandes de aljófar redondo grueso que se hallare, de suerte que la haz sea la más redonda que ser pueda y que tenga buen oriente”.

Ilustración de Erwin Balza

El brutal proceso de extracción de perlas que sufrieron los indígenas venezolanos para satisfacer el mercado de joyas de la monarquía española sería descrito y denunciado por el padre Las Casas.




AUTOR (A): 
-Salazar Bravo, Grecia (2012). “EL COMERCIO DE LA MUERTE, La pesquería de perlas en Cubagua”. Publicado en la revista nacional MEMORIAS DE VENEZUELA. Junio-Julio 2012, Nro. 26, p. 9-11. Sistema Masivo de Revistas, Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Centro Nacional de Historia (CNH). Caracas, Venezuela.

0 comentarios :

Publicar un comentario