EL
COMERCIO DE LA MUERTE
La
pesquería de perlas en Cubagua
Grecia
Salazar Bravo
Aún en el siglo XX, continuaba esta herencia colonial
del negocio de las perlas en la isla de Margarita.
Fotografía de Alfredo Boulton. La Margarita. Caracas,
Macanao Ediciones, 1981.
A juzgar por los
restos arqueológicos que, según los expertos, datan de unos 2.800 años antes de
la invasión europea, la historia de la isla de Cubagua no solo está en la
aridez de su paisaje, sino también en las profundidades del mar. Desde el año
1499 recibiría las primeras oleadas poblacionales provenientes de la Península
Ibérica. Al saberse de la existencia de las perlas, expediciones de mercaderes provenientes
de Sevilla no tardaron en fondear en sus costas. Así nace el negocio de la
pesca o rescate perlífero en la Ciudad de Nueva Cádiz de Cubagua –llamada así a
partir de 1528– comercio que conllevaría al exterminio total de su paisaje y la
brutal mortandad de indios y negros esclavos.
Una fiebre patológica
La perla era un
recurso que el aborigen insular veía como mero adorno; la llamaban thenoca o
cocixa, según relata el cronista Fernández de Oviedo. Tal concepción, como
sabemos, no será la misma para el europeo de principios del siglo XVI. La
fiebre por las pedrerías y los metales preciosos lo volcarán, en pesquisas
infaustas en América. En este contexto, Cubagua es solo uno de esos primeros
peldaños del saqueo. En 1508, los españoles trasladaron desde las Bahamas a indios
lucayos para el rastreo de este “producto”; el resultado: la gran mayoría
murieron; otros, más afortunados, pudieron escapar. De Guinea se exportaron, a
partir de 1526, los primeros esclavos negros, a cargo de los mercaderes
vizcaínos Sancho Ortiz de Urrutia y su sobrino Juan de Urrutia.
“Algunas veces se zambullen y no tornan jamás a salir…”
Allí no queda todo.
El afán por obtener el material precioso suponía traspasar el límite entre la
vida y la muerte. El talento acuático de los aborígenes, en efecto, era exigido
hasta los confines insoportables. Así lo describe el propio Bartolomé de Las
Casas: “Algunas veces se zambullen y no tornan jamás a salir; o porque se
ahogan cansados y sin fuerzas y por no poder resollar, o porque algunas bestias
marinas los matan o tragan”.
A través de las
crónicas del siglo XVI se sabe que los buceadores tapaban sus narices con
pinzas y, luego de esto, se zambullían atados de dos sogas: una fina que soportaba
el peso del buzo y las jabas, especie de canasta donde introducía las ostras; y
una gruesa para subirlos a la superficie.
Estos eran los dos
cabos que los sujetaban a la vida. El propio Las Casas enfatiza la violencia a
la que eran sometidos estos sujetos: “a las veces les dan de varazos para que se
zambullan, y siempre todo este tiempo nadando y sosteniéndose sobre sus brazos
(…) desde que sale hasta que se pone el sol, y así todo el año si llegan allá”.
La cotidianidad en “las granjerías de perlas”
Inicialmente la
extracción se realizaba en una canoa pequeña, con una marinería comprendida
entre seis y ocho personas. Luego, en 1524, se introdujeron embarcaciones
capaces de transportar 15 individuos; a mediados del mismo siglo se empleaban
botes más grandes para 24. Una jornada de trabajo empezaba al amanecer. Los exploradores
salían al mar en sus embarcaciones y fondeaban encima de los ostiales. El que
llegaba primero a un banco perlífero era dueño de este; por las noches, los mismos
protegían sus bajeles con ensenadas para refugiarse de los vientos marinos.
Extraer la perla del nácar suponía un mecanismo sencillo. Primero se colocaban
las conchas en la arena, expuestas al aire, y al calor solar estas se abrían.
Luego se sacaba la ostra de su concha con cuchillos; la carne era usada como alimento
para los esclavos. En algunos casos se dejaba podrir al sol; de esta forma se recuperaba
el producto precioso entre los restos de comida.
Colección Libros Raros de la Biblioteca Nacional.
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SOBRE LOS “RIQUÍSIMOS OSTIALES”
Una de las
primeras descripciones de Cubagua nos la legó el poeta Juan de Castellanos, en
su obra Elegías de varones ilustres de Indias, quien vivió en este territorio
insular durante algún tiempo: “aunque es estéril y pequeña, sin recurso de río
ni de fuente, sin árbol y sin rama para leña sino cardos y espinas solamente;
sus faltas enmendó naturaleza con una prosperísima riqueza. Pues sembró por
placeles principales (…) riquísimos ostiales, de donde se sacan perlas
excelentes”.
Juan de
Castellanos. Elegías de varones ilustres de América. Caracas, Academia Nacional
de la Historia, n° 57, 1962.
Los castigos ejemplares
Tenemos referencia
de la vida de los buzos gracias a las ordenanzas que buscaban regular este
inhumano negocio. Por ejemplo, si alguien robaba una perla corría el riesgo de
ser azotado; y si persistía en el agravio, se le cortaban las orejas. Los que
fallecían en la extenuante actividad, agravaban la suerte de los compañeros de
faena, ya que los cuerpos sin vida atraían a los inclementes tiburones; esta situación
terrible y cruel se prohibió en 1537. Se dispuso luego que los que fallecían en
las inmersiones recibieran una sepultura que debía cubrirse con tunas para que
los animales no pudieran desenterrarla. Las mismas ordenanzas estipulaban
también que quienes desbullaran las ostras debían hacerlo completamente
desnudos para evitar robos; además de que no se debía sacar más ostras de las
que se pudieran desbullar por día, ya que los vapores que emanaban luego de su
descomposición eran considerados perjudiciales para los involucrados.
Explotación desmedida
Según cifras
establecidas por el historiador Enrique Otte, en toda su historia Cubagua tuvo una
producción de 11.877,20 kilos, promediando alrededor de 410 kilos anuales. Esto
nos da una idea de la gran cantidad de perlas que se extrajeron oficialmente;
sin embargo, no podemos establecer cuántas se sacaron de manera ilegal. Esta
sobreexplotación produjo el agotamiento definitivo de los ostrales. Ante el
desvalijamiento indiscriminado de sus recursos naturales, Cubagua fue
abandonada en 1539. Aún en su aridez palpitan los quejidos de los buzos; en el
mar centellean sus brazadas insurrectas.
Lastre usado por los aborígenes en la pesca de perlas.
Fotografía de Grecia Salazar Bravo.
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LA OBSESIÓN POR LOS TESOROS ULTRAMARINOS
Los usufructuarios
del comercio perlífero estaban, principalmente, en la corona de Castilla y Aragón.
Un largo recorrido debían pasar las cargas preciadas: primero de Cubagua a
Santo Domingo, de Santo Domingo a Sevilla, donde finalmente se despachaban a la
corte. El rey Carlos I (1516-1556) cobraba para sí el quinto de perlas del Cabo
de la Vela y de Panamá, más de 150.000 marcos en todo su reinado. Son famosos
los obsequios de este a sus más cercanos familiares y miembros de su séquito
real a partir de 1519. Desde 1528, la emperatriz Isabel de Portugal (1526-1539)
se encargaría personalmente del negocio proveniente de Cubagua; en 1533
solicita al tesorero de la isla “2.000 piezas de asientos de perlas que sean de
todas suertes, e procurando de las sacar de entre piezas grandes de aljófar
redondo grueso que se hallare, de suerte que la haz sea la más redonda que ser
pueda y que tenga buen oriente”.
El brutal proceso de extracción de
perlas que sufrieron los indígenas venezolanos para satisfacer el mercado de
joyas de la monarquía española sería descrito y denunciado por el padre Las
Casas.
AUTOR (A):
-Salazar Bravo, Grecia
(2012). “EL COMERCIO DE LA MUERTE, La pesquería
de perlas en Cubagua”. Publicado en la revista
nacional MEMORIAS DE VENEZUELA. Junio-Julio 2012, Nro. 26, p. 9-11. Sistema
Masivo de Revistas, Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Centro
Nacional de Historia (CNH). Caracas, Venezuela.
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